miércoles, 31 de agosto de 2011

Ländler

Schubert me estaba esperando.

Cuando por fin pude dejar de fregar nos encontramos en el lugar llamado Ländler, a veces soleado, a veces umbrío, pero siempre en 3/4.
Me dice, y cada verso es sorprendente, tan fácil y tan osado.
Pero, ¿como te atreves?.
Decían mis dedos: !cuanta tecla negra!
Mi mano izquierda: !que rutina!
Mi mano derecha: !que placer!
Pues eso tiene el Ländler, que se baila con botas de suela claveteada, con fiereza y pisoteo, pero Schubert sabe como convertir lo brusco o violento en armonía. Conciliación de contrarios, que decía Aristóteles.
O la única manera de amar.


9 comentarios:

ella dijo...

Me lo estoy aprendiendo.

condado dijo...

Si ya tiene claro que es la única manera de amar... debe hacerlo, aprenderselo
; )

Ricky Mango dijo...

Hermosa pieza de filosofía. Quién hubiera pillado a usted a los 20 y pocos...

Sun Iou Miou dijo...

Yo aquí haciendo horas extras.

La subversión de las estrellas
Amaneció y era de noche. Parecía que para siempre, como si un siempre de nada siquiera hubiera existido en realidad alguna. Se levantó y se calzó las zapatillas. No se quitó el pijama ni se dio una ducha. Se cepilló los dientes, fue a la cocina, colocó el mantel en la mesa, calentó un plato de puré de zanahoria en el microondas y después se comió un yogur desnatado natural y una manzana golden. Se puso una bata por encima del pijama y bajó a la calle. Se la encontró salpicada de puntos de luz que giraban con las personas, que caminaban arrastrando las zapatillas en círculos preñados, como planetas inconexos, todavía desperezándose, vestidas de pijama o camisón. En el cielo ninguna estrella se veía. Es más, nada se veía donde se suponía que debería estar el cielo, como un techo de escuridad que todo lo cubriera a la interrogación de los ojos, como una lámina transparente que nada ocultara de un lejos de tinieblas hecho. Leónidas Souza de Castro observó en su cuerpo necesidades ineludibles. Una mujer trazó una tangente a su lado y le dejó un orinal de plástico a los pies. Se acuclilló y obró. "¿Y yo qué hago ahora con estos excrementos?", se perguntó. Un enano gigante le trajo la respuesta pasando a su lado y cogiendo el orinal con las manos: arrojó el contenido por encima de la cabeza y desapareció en el remolino de su propio círculo. Leónidas Souza de Castro pensó que iba a llover mierda sobre él. Se equivocó. Solo el hedor flotó unos instantes a la altura de la nariz, pues la negrura allí en lo alto parecía que hubiera absorbido la porquería. Escupió al aire y se quedó esperando en vano. Más leve, le acometieron entonces unas ganas intensas de girar pero tuvo miedo de chocar con las otras personas. Una niña albina con un bastón en la mano le empujó y las zapatillas, llevando tras de sí el cuerpo, se encajaron en la órbita que les correspondía. Sintió que brillaba.

ella dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ella dijo...

Sun Iou, esto no tiene precio, me lo guardo y añado a la carpeta de María Seisdedos. Gracias por las horas extras.

Sun Iou Miou dijo...

Que no tiene precio ya sé yo qué significa: que no lo voy a cobrar. :(

ella dijo...

Puf! ¿puedo pagar en especias?

Anónimo dijo...

Veo que está muy concurrido el espacio de comentarios y es que no me extraña, os ponéis a "crear" y no paráis.
Este comentario mío será el último ,en una serie de días, en que dejaré que el sol del Mediterráneo tueste mi piel. Hasta pronto a todos. Minervina.